«Para sanar, primero tenemos que perdonar… y muchas veces a quien hay que perdonar es a nosotros mismos». – Mila Brown
El perdón, en general, puede ser difícil. Depende de nosotros, de la persona que nos hirió y de lo que hizo. Entre más profunda es la herida, más difícil es perdonar, especialmente si viene de alguien a quien queremos y en quien confiábamos.
Al final del día, a quien más lastimamos cuando no perdonamos es a nosotros mismos. La otra persona probablemente sigue con su vida normal y quizás no tenga en cuenta cuánto nos pudo lastimar lo que hizo. Nos aferramos a esa herida, reviviendo el dolor cada vez que pensamos en esa persona y lo que hizo. Es como ponerle sal a la herida. Guardar rencores y resentimientos puede enojarnos, amargarnos y enfermarnos físicamente.
Perdonarnos a nosotros mismos muchas veces es difícil porque pensamos que deberíamos haberlo sabido. Nos enojamos por haber confiado en alguien en quien sabíamos que no debíamos hacerlo. Perdonar no es un signo de debilidad, ya que requiere de mucho valor y, el perdonarnos a nosotros mismos, requiere también de mucha compasión. Muchos de nosotros somos más duros con nosotros mismos que con los demás, somos nuestro peor crítico.
Hoy, te invito a que seas más compasivo contigo, te autoperdones y dejes ir esas cargas que te aprisionan. Hace poco leí una frase que dice, “Cuando perdonas, sanas. Cuando dejas ir, creces”. No sé quién sea el autor, pero coincido con sus palabras. Tal vez tomaste una mala decisión, pero probablemente la tomaste basado en lo que sabías en ese momento. No puedes culparte por no saber lo que no sabías. Acepta, perdona y sigue adelante listo para abrazar el momento presente. No puedes cambiar tu futuro, pero puedes cambiar tu presente y futuro por medio del perdón.